
Mucho se dice sobre supuestas capacidades o conocimientos que deberían tener las mujeres para evitar la vivencia de una relación violenta o, cuando menos, lograr salir de ella a tiempo. Esta crítica, que se hizo más notoria recientemente, recae, sobre todo, en mujeres de cierto perfil; pues se espera que un mayor nivel educativo, el poder o una buena situación económica, sean mecanismos que faciliten elegir relaciones saludables como si otro sin fin de factores, comunes en las mujeres, indistintamente de su posición económica, política o educativa, no tuvieran ninguna influencia en su desarrollo y formas de relacionamiento.
Es importante comprender nuestro contexto histórico y social, y recordar que tipo de formación para la vida reciben las mujeres en este país, para realizar un autoanálisis que ayude a determinar si acaso se cuenta con herramientas reales que permitan relacionarse de manera sana, detectar cuando existe una situación de peligro o dejar atrás aquello que perjudica; más aún si se habla de relaciones de pareja.
En la casa y en la escuela, se enseña que el lugar de la mujeres en el mundo es secundario y que se debe cumplir con ciertas funciones y, al ser estas ideas asumidas, es la propia sociedad la que se encarga empujar, casi siempre hacia abajo, para que la mujer mantenga determinadas actitudes y desempeñe los roles impuestos. Cuesta mucho a una mujer, saltar por encima de estas imposiciones y atreverse a realizar otras tareas, pero cuando las lleva a cabo el resto espera que esto signifique que se ha despojado de todo este aprendizaje, recibido de mujeres y hombres en una sociedad machista, bajo adoctrinamiento patriarcal.
Es importante preguntarse, ¿de dónde pueden las mujeres obtener un estímulo distinto que las lleve a distinguir entre relaciones apropiadas e incorrectas o peligrosas? ¿A caso en la casa o en la escuelas? Los centros educativos incluso pueden llegar a la violación de derechos humanos, cuando personas que imparten clases, de forma solapada, involucran su doctrina religiosa, usualmente diseminadora de la posición subordinada de la mujer. ¿Son acaso estos patrones diferentes en las universidades, dónde aún se considera que hay carreras de hombres y dónde existen múltiples casos de acoso tanto vertical como horizontal? ¿No son los hombres educados bajo esas mismas doctrinas? Entonces, ¿tienen las mujeres opciones reales para entablar relaciones de pareja saludables?

Pueden citarse como ejemplo, las relaciones laborales que se desenvuelven en ambientes donde las conversaciones y los chistes subidos de tono, van dando paso al acoso sexual, que luego se asienta con la actitud solapada entre compañeros y compañeras que sostienen que con un simple “no le hagas caso” el acoso sexual se detiene.

En el momento en que una mujer se atreve a presentar una denuncia, no importa su estatus, en vez de ser alentada y apoyada recibe una avalancha de críticas acerca de las razones por las que está inmersa en esa situación y en caso de tener una posición importante, buen nivel educativo o económico, mucha gente habla, poniendo en marcha a la mujer mito, esa a la que la vestimenta formal parece convertirla en un ser inmune, pero la verdad es que, con estudios o sin ellos, ninguna está exenta, todas podemos ser víctimas de violencia contra la mujer.
El que las mujeres también caigan en reproches y habladurías, termina por ayudar a demostrar que en esta sociedad es rara aquella que cuentan con entendimiento y habilidades que le permitan evitar ser víctima en una situación de violencia doméstica o violencia contra la mujer. Se configura el dicho de que por la boca muere el pez, porque es el mismo señalamiento sobre la situación de “esa otra” lo que deja al descubierto las carencias de la que crítica para comprender su propia situación de vulnerabilidad, sobre todo en un mundo donde nos encontramos a merced de las nuevas tecnologías que se han configurado en la nueva arma de este tipo de violencia. ¿Quién puede escapar realmente?
La experiencia de trabajo permite traer a colación palabras de una víctima sumida en el círculo de la violencia, que ojalá ayuden a profundizar el examen, pero sobre todo a identificarnos en ese espejo: “¿Por qué antes de criticarme e insultarme, no piensas en lo difícil que fue para mí tener fuerza para llegar aquí? No importa cuántas veces me regrese por miedo, cada vez que pido ayuda es un paso más y cuesta mucho…estoy tratando de ver la luz. No necesito que alguien más me humille porque me hacen retroceder” G.Y.
