La Mujer y las Letras Pérdidas

Las mujeres escritoras se han disipado en la historia durante siglos, gracias a un mundo literario que les ha sido hostil e injusto. A través de las épocas, algunas mujeres se atrevieron a escribir abiertamente, pero debieron enfrentarse al severo escrutinio público y a la crítica acerca de su moralidad. Es claro que al existir tan duras condiciones para la publicación, muchas escritoras optaran por utilizar seudónimos masculinos, y así alejarse de los prejuicios; como los mencionados casos de las hermanas Bronte. Por suerte, en la actualidad, los nombres Currer, Ellis y Acton Bell ya no tienen la fuerza de aquel entonces y se convirtieron además, en la prueba fehaciente de la armadura que las autoras debían vestir, si la pasión que las movía estaba en las letras y no al lado de un hombre, como se esperaba.

Lo anterior no es un hecho lejano del pasado, en años recientes hemos visto el caso de escritoras que omiten su nombre y emplean solo las iniciales para firmar sus obras, tal fue el caso de la autora de la saga de Harry Potter J.K Rowling a quien su editorial le sugirió borrar su nombre para ser más «comercial». Ella se atrevió a escribir de un subgénero de novela claramente dominado por hombres, como lo es el fantástico. En otras ocasiones el seudónimo no fue suficiente para cumplir el sueño de ver publicadas sus historias; como el caso de Sidonie-Gabrielle Colette, su esposo, el escritor Henry Gauthier-Villars, autor al que finalmente se le comprobó que usaba escritores fantasmas para crear sus libros, aprovechó el talento de su joven esposa y le robó, además de la titularidad, las regalías de la popular saga Claudine.

Por otro lado, era común considerar que para las mujeres existieran temas «aceptables» de los que pudieran escribir, salir de la norma era un acto liberal. Incluso en estos tiempos, la sexualidad, el autoerotismo, la ausencia de anhelo en la maternidad o la política, son temas vedados o mal vistos para nuestra pluma. La mujer se fue encasillando en un tipo de novela amorosa que hasta nuestros días es tildada de forma peyorativa por críticos o conocedores de literatura, incluso, continúa peleando para ser considerada como un subgénero real de novela. Pese a lo anterior, la novelística romántica «rosa» se atreve a revelar realidades femeninas de las que no se escriben en otro tipo de libros. Tópicos como; la violencia, la sumisión y la opresión, la aceptación de la infidelidad, el sacrificio de la vida profesional, entre otros, son actos tinturados con tonos pasteles, pero que pasan bajo la puerta como epístolas de amor. No obstante, entre los renglones de aquellas «novelitas», las mujeres escriben de sus dolores, esos que todas conocemos y callamos porque se nos ha enseñado, a aceptar y sufrir, por ser lo que nos corresponde.

Gracias a la filóloga Irene Vallejo escritora del ensayo: El infinito en un junco descubrí  que la primera persona en el mundo a la que podemos llamar poeta, fue una mujer. Enheduanna, hija del Rey Sargón I de Acad, era una princesa de la vida real. Fue la primera firmando sus palabras, la primera que dictó leyes. Ostentó el relevante cargo político – religioso de Suma sacerdotisa en el templo del dios Nannar (Luna).

A ella se le atribuyen la composición de los 42 Himnos de los templos saumerios  y el devocionario personal  Exaltación de Inanna, este último lo escribió en el exilio.

Su existencia como personaje histórico, se encuentra bien establecida. Existe un disco de alabastro con su nombre y su imagen, pero desde nuestra infancia escuchamos sobre Homero, los viajes de Aquiles y las astucias de Odiseo. Enheduanna vivió 1600 años antes que Homero, pero él se sigue considerando como el primer poeta; ella residió en el reino en donde se inventó la escritura, Mesopotamia, pero en las escuelas de habla hispana, nadie la conoce.

Para ella escribir era un proceso de alumbramiento, lo que le otorga un carácter propio de la mujer a la escritura, como si esta labor se nos hubiese concedido de forma divina, del mismo modo que parir, algo natural e intrínseco. Al escribir, Enheduanna sentía como si diera a luz, al mundo, el mundo que no está en nuestro vientre, sino en la mente.

Uno de los puntos más interesantes que menciona Irene Vallejo en sus entrevistas, es que le sorprende que haya tantos términos en común, entre los textos y los textiles. Expresiones como: el nudo de un cuento, el hilo de la narración, urdir una trama, tejer una historia, entre varios más, son expresiones que se usan con frecuencia cuando hablamos de libros, como si el acto de coser y narrar estuvieran entrelazados. Ella piensa que las mujeres fuimos las narradoras por antonomasia en la época oral. Si recordamos, la costura es, en sí, algo inherente a lo femenino. Imaginar a la mujer que cuenta historias mientras cose o teje, explica la existencia de las metáforas en torno a la narrativa y la costura.

La autora argumenta que a las mujeres nos faltan referentes, y no porque no existan, sino porque no las conocemos. Por más influyentes que hayan sido estas escritoras, desaparecen en una especie de volatilización permanente que nos hace sentir que hacemos todo desde el principio. Debemos reivindicar la historia de la mujer en la narrativa y, apoyar la idea de una arqueología literaria que rescate las letras de aquellas que han sido borradas.

Leer y estudiarnos entre nosotras es algo sencillo de hacer en nuestros tiempos, nos invita de este modo a ser solidarias, rescatar voces dormidas en distintas generaciones. Por mi parte es una llamada a escribir mientras pienso en las mujeres que nos seguirán, creo en el gran poder de la pluma, es una oportunidad para dar visibilidad a la sociedad que experimentamos y el futuro que soñamos para nosotras. Cada generación tiene su propia versión del mundo, narremos la nuestra para que las mujeres que vienen, escriban sobre caminos abonados y las letras femeninas puedan germinar.

Un extracto de este artículo fue publicado en el Boletín Informativo CLARESAS de marzo de 2023.

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